PERDIDOS EN LO ESENCIAL
De pronto, un denso color cobrizo comenzó a teñir los aires. Las nubes se cerraron y la oscuridad lo envolvió todo. Sin previo aviso, un grito desgarrador retumbó desde lo alto y llenó de temor la plaza. Los vendedores recogieron apresuradamente sus tiendas, y la gente desapareció; en cuestión de segundos, la calle quedó vacía.
Mientras aún se escuchaba el eco lejano del bullicio humano, una ráfaga de viento cruzó los cielos. Con fuerza, arrancó el velo oscuro y dio paso a una luz tibia y brillante que empezó a calentar el lugar. El sol, al principio tímido, se asomó con recelo, pero pronto brilló con intensidad. Entonces, la calle volvió a llenarse de vida, retomando su actividad habitual. Desde ese día, el pequeño pueblo recuperó su estado original.
Ese día comprendieron que no todo lo que vemos y oímos es necesariamente cierto, y que cuando se pierde de vista lo esencial, cualquier sombra viene a oscurecer nuestra luz habitual. (Fragmento tomado "Perdidos en lo esencial" Diario Lector Infantil Es Su Gracia)
¿Quién es sabio?, el que entiende estas cosas; ¿quién tiene discernimiento?, el que las comprende..." (Os 14:9a NVI)
Presagiar o interpretar es una actividad que surgió hace mucho tiempo, cuando la humanidad comenzó a mirar el cielo, los ríos, los vientos y las estrellas en busca de respuestas. Surgió la necesidad de comprender los grandes cambios naturales, de dar sentido a lo desconocido. Los pueblos antiguos, frente a hechos extraordinarios y poco comunes, tejieron sus propias interpretaciones. Así, cada señal tenía un propósito, y ese propósito guiaba sus vidas. Los presagios antiguos funcionaban como una forma primitiva de análisis de datos, que les permitía prepararse para lo que pudiera ocurrir.
En la actualidad, aún se conservan vestigios de estas creencias, en los que los sucesos naturales o cotidianos se interpretan como señales de lo que está por venir, o bien como respuestas a lo que ya está sucediendo, ofreciendo posibles soluciones. Por ejemplo, la cabañuelas se usan para pronosticar el clima del resto del año; el arco iris puede ser interpretado como señal de lluvia, lo mismo que los aullidos de los lobos. También se cree que el exceso de calor puede anunciar temblores, entre otras interpretaciones populares.
"Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios,..." (1 Cor 3:19)
El ser humano posee una necesidad innata y particular: la de explorar lo desconocido. Impulsado por la curiosidad, se lanza en busca de respuestas a lo que vive, a lo que está por venir, o simplemente movido por el deseo de cruzar las fronteras establecidas. Ir más allá le abre campos inexplorados y lo posiciona como pionero, como reformador de nuevas formas de pensar y ver el mundo.
Pero lo que muchas veces no comprende es que, en realidad, ¡En esta vida no hay nada nuevo! (Ecle 1:9). Las ideas cambian de forma, los tiempos se transforman, pero la esencia de la humanidad —sus luchas, búsquedas y caídas— se repiten.
En su apremiante deseo de interpretar, deducir, inventar o modificar teorías, el ser humano erige su vida sobre fundamentos que no siempre perduran. Cada época trae nuevas formas de pensar y actuar, y esto convierte las ideas antiguas en verdades renovables. Sin embargo, esta curiosidad no es un error; ha sido colocada en el corazón del ser humano para que aprenda a discernir entre lo que ven sus ojos naturales y lo que permanece oculto a ellos. Para que comprenda que hay cosas que permanecen ocultas a la vista, pero que solo pueden ser reveladas desde lo alto.
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. (1 Cor 2:14)
Y, sin embargo —tanto el creyente como el no creyente saben—, en lo profundo, que existe una realidad segura, innegable y eterna. Esa realidad fue revelada por el Señor Jesús durante sus paso por la tierra. Él vino a mostrarnos un camino distinto: no uno construido sobre la ambición o la razón humana, sino fundamentado en la verdad eterna del cielo.
Los tesoros de lo alto han sido ofrecidos a todos. Son conocidos... pero despreciados por muchos. El deseo de mantener el control sobre el mundo que les rodea, la autonomía que brota de la propia voluntad, el desapego —o incluso la frivolidad— en los asuntos espirituales, junto con el arraigo a modelos religiosos antiguos o la absorción de doctrinas modernas, han llevado a ser humano a vivir una espiritualidad incoherente con la verdad del Evangelio.
Jesús, confrontando a los líderes de su tiempo, le dijo:
"Saben interpretar señales del clima en los cielos, pero no saben interpretar las señales de los tiempos" (Mt 16:3)
Allí estaban los fariseos —piadosas y devotos, expertos en la ley oral— junto con los saduceos, sacerdotes aristócratas, líderes del Templo de Jerusalén— exigiendo una señal, una verdad que debía serles evidente. Una verdad que había sido revelada desde el principio de la creación, y que ellos, como líderes religiosos y conocedores de la ley, debían conocer. La llegada del Mesías había sido anunciada; ahora estaba entre ellos. Pero como no se ajustaba a sus expectativas, no lo reconocieron. Génesis dio las primeras señales acerca de Él:
"Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza." (Gén 3:15)
Moisés también lo anticipó:"El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A Él sí lo escucharás"
Desde ese primer anuncio —confirmado siglos más tarde por el apóstol Juan: "En el principio era el verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1:1)—, la Escritura fue trazando el hilo rojo de la redención. Los profetas —Isaías, Miqueas, Oseas—, David en los salmos y muchos otros, hablaron de la venida del Mesías de muchas maneras. Todo apuntaba a Él. Y sin embargo, como reza el refrán "no hay peor ciego que el que no quiere ver"
El Salvador estaba ante ellos, pero sus ojos, entenebrecidos por la religión, el orgullo y el poder, no pudieron reconocer la señal más clara: La presencia viva del Hijo de Dios entre ellos.
"¡Bendito el que viene en nombre del del Señor!" (Sal 118:26)
Eran expertos en letras, ávidos de conocimiento y meticulosos en la aplicación literal de la ley, pero incapaces de ver con el corazón. Mucha doctrina... pero poca práctica. Jesús no los reprendía por el mucho conocimiento sino por carecer de discernimiento, lo cual conducía a la ceguera espiritual.
Las señales no estaban escritas en las nubes ni en las estrellas, ni venían en un viento huracanado —aquello que sabían interpretar con facilidad—. Las verdaderas señales estaban en los corazones, en las Escrituras, es la misma presencia del Mesías entre ellos.
Pero la falsa apariencia y el legalismo había levantado un muro impenetrable. Eran incapaces de ver más allá de sus propios juicios. "...tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita" (2 Tim 3:5)
Juzgaban con base en lo visible, pero descuidaban la justicia interior y tergiversaban el verdadera propósito de la ley. Desafiaban con malicia al Señor Jesús, aun cuando todas sus credenciales divinas ya estaban puestas sobre la mesa desde antes de la creación del mundo.
Esa misma ceguera espiritual permanece hoy. Aunque muchas personas —creyentes o no— percibe, en lo profundo de su corazón, que hay una realidad eterna y firme, muchos la ignoran. Continúan buscando señales por todas partes: en astrología, en la cultura, en la ciencia, en ideologías o teorías... intentando darle sentido a la vida. Pero Jesús vino a revelar una verdad, que trasciende toda especulación humana.
A pesar de haberse mostrado de muchas maneras, seguimos ignorando Su presencia y Su obrar en nuestras vidas. Recibimos mucho, pero vemos poco... o simplemente no vemos nada. Por eso seguimos escarbando la tierra, buscando tesoros que ya se nos han ofrecido desde lo alto.
Observamos el cielo, la tierra, los comportamientos y las señales, intentando comprender el presente o predecir el futuro. Pero Jesús nos recuerda que no basta leer las señales que nos ofrece el mundo o seguir sus teorías cambiantes: es necesario aprender a discernir las señales espirituales.
La verdadera sabiduría no está en predecir el clima, ni entender los fenómenos del mundo, ni cuántos movimientos financieros hacemos a diario, ni cuántos libros tenemos en el estante o cuántos títulos acumulamos. La verdadera sabiduría está en buscar a Dios y entender Su propósito para nuestra vida. Él nos ha dado acceso a los tesoros del cielo, a una verdad que no cambia, a la paz que no se negocia, a la vida que no se agota.
Como dijo el apóstol Pablo:Esos tesoros se descubren cuando nos impregnamos de Su esencia, cuando somos envueltos en su manto de gracia, cuando abrimos el corazón a Cristo y nos unimos a Él. Es entonces, por medio se Su Espíritu, que aprendemos a ver lo invisible.
Así como los fariseos y saduceos exigieron una señal mientras el Mesías estaba delante de ellos, nosotros también podemos vivir esperando que Dios se manifieste a nuestra manera, en nuestro tiempo, bajo nuestros términos, sin abrirnos realmente a lo que Él ya está haciendo.
"pero cuando alguno se vuelve al Señor, el velo es quitado" (2 Cor 3:16)
Jesús nos invita a dejar de buscar respuestas en lo superficial —en las modas, ideologías, teorías o experiencias emocionales pasajeras— y volver al centro: Su Palabra, Su cruz, Su presencia. Él es la señal, la revelación, la verdad.
El desafío para nosotros hoy no es ver más, sino ver mejor. No acumular más conocimiento, sino buscar más sabiduría de lo alto. No hacer más cosas, sino discernir lo que el Espíritu nos está diciendo en este tiempo.
La invitación de hoy es a poner la mirada en Cristo, para alcanzar lo eterno; a reconocer que Él es el cumplimiento de las promesas antiguas y que sigue vivo hoy, dispuesto a tener un encuentro personal con nosotros cada día. Porque es precisamente en ese encuentro con Él donde encontramos luz, consuelo y paz: En medio de las oscuridad, Él es la antorcha que ilumina; En medio de la tormenta, Su amor inagotable trae calma al corazón; y en medio del rechazo o el olvido, Él extiende sus brazos para consolarnos.
Porque en un mundo donde abundan las voces, las opiniones y las señales confusas, solo una voz es fiel, eterna y verdadera: LA DE JESUCRISTO.
Que el Espíritu de Dios te lleve a reconocer y a disponer tu corazón para ver las señales diarias que Su presencia trae a tu vida.

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