PASANDO POR ALTO
"Algunos de los fariseos y de los maestros de la Ley dijeron a Jesús:
—Maestro, queremos ver alguna señal milagrosa parte tuya." (Mt 12:38)
PASANDO POR ALTO
En una ciudad bulliciosa, donde los caminos siempre estaban llenos, el sol brillaba con fuerza y las bocinas sonaban sin cesar. Entre el caos, un joven conejo llamado Luis caminaba con la mirada clavada en un extraño artefacto brillante que llevaba entre las patas: su teléfono.
Ajeno al mundo, Luis avanzaba hacia el cruce del camino sin levantar la vista. El calor lo envolvía y los sonidos se mezclaban, pero él no se percataba de nada. A su lado, caminaba Julio, un topo ciego de nacimiento, pero con los oídos bien despiertos y el instinto siempre alerta.
Cuando Luis dio un paso para cruzar la calle, Julio, que había escuchado el rugido de una máquina acercándose velozmente, sintió el peligro. Sin ver, pero con certeza, estiró su pata y empujó con fuerza al conejo hacia un lugar seguro. El viento del vehículo rozó sus hocicos, el teléfono de Luis se estrelló contra el suelo, y algunos animales que presenciaron la escena gritaron, sorprendidos.
El conejo, aún confundido, miró al topo. Este, sin decir palabra, siguió caminando como si nada. Quien ve con el corazón y escucha con atención puede salvar a quien, aun con los ojos abiertos, camina ciego por la vida. El Conejo Distraído y el Topo Atento - Diario Lector Edificando Corazones - Es Su Gracia- Escritos e Historias con Propósito.
La ironía de la vida es que un ciego conduzca a otro ciego. Al final, ¿qué podrían llegar a ver?
El bullicio de la vida, junto con la infinidad de distractores que el ser humano ha decidido tomar como guía para enfrentar las situaciones cotidianas —sumado a los afanes diarios— conducen a una profunda inexactitud en la vida espiritual. Generación tras generación sobreviven a expensas de los desechos del mundo, llenado de esta manera sus mentes de combustible calcinado y contaminado, incapaz de producir frutos verdaderos.
Uno de los grandes males de la humanidad es la ceguera y sordera espiritual, una condición que se acentúa cada vez con mayor facilidad debido al uso desmedido de la tecnología y al deseo constante del ser humano de basar su vida con principios personales o influencias ajenas.
Sin considerar los tiempos de ignorancia e insumisión, muchos se arriesgan a perderlo todo, aun cuando tienen la oportunidad de recibir más de lo se merecen. Esta condición ha permeado incluso los corazones de los creyentes, quienes afirman su fidelidad mientras siguen vistiendo las ropas del viejo hombre. "Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios." (Hbe 5:15 NVI)
Maestros, padres y líderes, en cualquier contexto, luchan por ser escuchados, reconocidos y respetados. Sin embargo, cada palabra, instrucción u orientación suele ser pasada por alto, como si "entrara por un oído y saliera por el otro".
La irreverencia hacia las instrucciones, la desobediencia a las órdenes y la falta de respeto y reconocimiento hacia las figuras de autoridad son problemas que no solo afectan a los niños, sino también a sus progenitores y adultos cercanos. Estos, paradójicamente, enseñan con su ejemplo que cada quien vive y actúa como quiere, pero luego exigen que se cumpla aquello que jamás enseñaron. "Puedes identificarlos por su fruto, es decir por la manera en que se comportan" (Mt 7:16 NTV)
Si no hay progreso espiritual, el avance de mundo nos arrastrará, y la oscuridad será el hábitat más cercana. El ser humano está dominado por la desinformación, a pesar de la abundante información que circula, ya que todo puede ser adulterado con facilidad. Vivimos en una constante agonía: recibimos mucho, pero tenemos poco; intentamos calmar deseos profundos con las ofertas superficiales del exterior. "Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed,...".
Este es un mundo que no reconoce —o simplemente pasa por alto— lo evidente: que solo en Dios podemos saciar nuestra sed interior. En Él están la verdad y la vida, y solo Él puede conducirnos al Padre: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14:6). Este mundo —nosotros— requiere con urgencia Buenas Nuevas verdaderas: únicas, fiables y permanentes. Necesitamos no solo escuchar la Palabra de Dios, sino vivirla con intensidad: degustarla, y extraer de ella su más rica esencia. Debemos hacerla nuestra día a día, hasta que se convierta en parte de nuestro sentir, actuar y pensar.
"El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás,..." (Jn 4:13-14) ***
El Señor Jesús estaba allí, frente a una audiencia que lo había seguido por largo tiempo. Ellos habían sido testigos de sus manifestaciones de autoridad y poder: expulsó demonios, sanó enfermos, resucitó muertos, desafío el poder de la naturaleza al calmar vientos y tormentas, caminó sobre el agua, alimentó a multitudes con solo unos panes y peces.
Su pueblo —incluidos escribas y fariseos— había escuchado sus palabras y visto sus obras, claras evidencia de que Él era el Mesías. Y aun así, ahora, allí, frente a Él, al Rey de Reyes y Señor de señores —pedían, más bien, exigían— una señal milagrosas que confirmara su verdadera identidad o que saciara sus expectativas humanas y egoístas. Pero el Señor les respondió con firmeza: ¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal milagrosa! (V39a). ***
¿Qué se estaba pasando por alto? y ¿Qué pasamos por alto nosotros hoy? Indudablemente, los ojos no le sirven de nada a quien no quiere ver. A un corazón ciego le resulta difícil recibir la luz del Evangelio. Hoy, al igual que el pueblo en tiempos de Jesús, muchas veces pasamos por alto lo esencial. Nos distraemos con lo urgente y olvidamos lo eterno. Algunas de las cosas que solemos ignorar o minimizar incluyen:
La voz de Dios en lo cotidiano: Dios sigue hablando, pero los distractores y el ruido excesivo nos impide que escuchemos Su voz. A través de Su Palabra, de personas, circunstancias, o incluso del silencio, Él nos llama… pero no siempre respondemos; Las señales de Su gracia y fidelidad: A menudo damos por sentadas las bendiciones diarias: salud, provisión, protección, oportunidades. No reconocemos que detrás de cada pequeño milagro está la mano de Dios actuando; El llamado al arrepentimiento y a la obediencia: Postergamos decisiones espirituales importantes. Pensamos: "Mañana cambio", "Más adelante me acerco a Dios", sin darnos cuenta de que el mañana no está garantizado; La necesidad inminente de compartir el Evangelio: No reconocemos que las personas sufren y mueren sin conocer a Cristo, y nosotros, permanecemos en silencio; La realidad de la vida eterna: El éxito, los problemas, las banalidades controlan nuestra vida, pasando por alto que nuestras decisiones tienen consecuencias eternas, porque fuimos creados para la eternidad.
Tanto el pueblo de Israel como a nosotros se nos ha ofrecido un ropaje nuevo: una nueva vida en Cristo. Pero la desinformación camina de la mano con la ignorancia. Ellos esperaban otra tipo de Mesías, uno que se ajustara a sus expectativas religiosas y políticas. Y nosotros, hoy, esperamos un Mesías que anestesie nuestra existencia: que minimice el dolor, elimine la escasez, cumpla nuestras expectativas humanas y nos permita seguir viviendo bajo nuestra propia voluntad.
Por esta misma razón, el verdadero Mesías sigue siendo rechazado e ignorado. Y cuando no se le escucha abiertamente, su verdad es escuchada sin ser comprendida ni aceptada en lo profundo del corazón, lo que impide que produzca frutos. Esta actitud irreverente a la Palabra de Dios trae consecuencias en la vida espiritual. "Pues ellos miran, pero en realidad no ven. Oyen, pero en realidad no escuchan ni entienden" (Mt 13:13 NTV)
A quienes exigían una señal para confirmar su identidad, Jesús les respondió: "Pero no le será dará más señal que la del profeta Jonás" (V 39b). Así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de un pez, Jesús estaría tres días y tres noches en la oscuridad de una tumba, para luego resucitar en victoria. Esa sería la única señal suficiente: Su resurrección —la prueba definitiva de que el Mesías había estado entre ellos... y fue pasada por alto. "Les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y quisieron oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron" (Lc 10:24)
Hoy, el Señor nos exhorta a permanecer despiertos espiritualmente. Nuestros oídos y ojos deben estar atentos para reconocer la voz del Buen Pastor cuando nos llame. Ignorar las Buenas Nuevas de Salvación, desestimar las señales que Él nos da y los milagros que ya ha hecho en nuestra vida, o posponer Su llamado, puede traer grandes pérdidas. Pérdidas que hoy pueden parecernos irrelevantes, pero que en el futuro serán decisivas para nuestra vida eterna. "El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios." (Jn 3:18)
El pueblo de Israel lo tenía todo: al Mesías frente a ellos, con Sus palabras, Sus señales y Sus milagros. Pero su obstinada incredulidad y dureza de corazón los llevó a pedir aún más señales... y, al final, se quedaron sin nada. "Satanás, quien es el Dios de este mundo, ha cegado la mente de los que no creen. Son incapaces de ver la gloriosa Luz de la Buena Noticia" (2Cor 4:4)
Nosotros, hoy, tenemos la verdad al alcance. Hemos sido partícipes del milagro más grande dado a la historia: la muerte de Cristo para nuestra salvación, y Su resurrección, que nos abre el camino a nueva vida en Él. Con tales evidencias, solo nos queda responder como Marta:
"¡Sí, Señor! Creo que tu eres el Mesías, el Hijo de Dios, que iba a venir al mundo" (Jn 11:27)
Hoy, como en los tiempos de Jesús, podemos tener el Mesías delante de nosotros y, aun así, no reconocerlo. Podemos escuchar su voz en Su Palabra, en las circunstancias y en lo que hacemos a diario... y, sin embargo, elegir ignorarla. Pero Dios ya nos ha dado su señal definitiva: la cruz y la tumba abierta y vacía.
No esperes más señales. No endurezcas más tu corazón. No pospongas honrar Su nombre con tu obediencia, Hoy es día para creer, para volver, para vestir como verdaderos hijos de Dios.
"Si oyen hoy su voz, no endurezcan su corazón" (Heb 3:15)

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