DISPUESTO PARA TI

Después oí que el Señor preguntaba:
«¿A quién enviaré como mensajero a este pueblo?
¿Quién irá por nosotros?».
—Aquí estoy yo—le dije—. Envíame a mí. (Is 6.8)


DISPUESTO PARA TI
El trabajo de Nehemías para nada sería el más envidiado. Ser copero del rey era un oficio digno y de alto rango, pero de mucho riesgo. El copero se encargaba de proteger al rey para que no fuera envenenado, y para esto los alimentos pasaban siempre por su paladar antes de ser tomados por el monarca. Cierto día, Nehemías recibió noticias de su pueblo nada alentadoras. El muro de Jerusalén había sido destruido, la ciudad estaba en ruinas y su pueblo sufría grandemente, entonces tuvo la osadía de abandonar el trabajo de copero por ir en su ayuda. 

Oró a Dios para que interviniera y diera aprobación, y aunque este pueblo había desobedecido, el Señor vio el corazón del profeta rendido a Él y le escuchó. Así fue que Dios movió el corazón del rey, y después de conocer la historia apoyó la diligencia de Nehemías. De esta manera hizo presencia en su ciudad, levantó los muros y ayudó a su reconstrucción. Su espíritu solidario y determinante, la voluntad y amor por el otro, sin pensar en sí mismo, lo llevó a no vacilar en tomar la decisión de ir en su ayuda. "¿A quién enviaré?" "Aquí me tienes, envíame a mí".

La disposición, el estar prestos para ayudar, servir a otros, no necesariamente viene de una persona perfecta, sino resuelta y con determinación. Que pasa tiempo en la presencia de Dios escuchando Su Palabra y obedeciéndola, así el corazón pasa a ser un lugar agradable para que habite Él. De ahí nace el deseo del hacer puesto por Su Santo Espíritu, y la disposición que busca deleitar a Dios. 

Es así, que la ayuda al otro, el servicio pierde la acostumbrada dirección, nosotros, y se redirecciona hacia el otro. El espíritu egoísta, acostumbrado a recibir aprobación y ganar indulgencias con acciones ajenas, cambia de enfoque y se dirige hacia la necesidad de nuestros semejantes. El Espíritu de Dios, es quien mueve el corazón humano para sentir el dolor del otro. Este mover no espera nada a cambio, sino la satisfacción del gozo del otro. Su  cambio trae alegría a la persona que sirve, porque de esta manera obedece a Dios, lo glorifica y se da honra. "Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." (Mc 9.35)

El buscar la aprobación, esperando que vean lo buena gente que somos, nace de un corazón ególatra e inseguro, que necesita alimentarse de los halagos para sentirse bien, más en su corazón no existe dolor por el sufrimiento ajeno como tampoco el deseo de servir. Cuando Dios le hizo el llamado a Isaías en el año 740 aC, el rey Uzías era quien reinaba desde los 16 años. Fue recto ante los ojos de Dios. Mientras su centro de reinado fue Dios, prosperó. Muchas batallas contra sus enemigos, especialmente contra los filisteos, alcanzaron la victoria. Se dice que fue un gran planificador, organizador, estratega, razón por la cual muchos le temían y otros lo admiraban. Fue puesto en honra, porque se encargó de honrar al que merece toda honra, Dios. "Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios" (Ef  5.15 NVI)

Pero... cuando el corazón del rey cambió de enfoque, y dio un vuelco hacia sí mismo, todo se modificó. Su corazón se enalteció y esto fue su caída. Al estar en la cima, decreció su pasión y obediencia a Dios, y se rebeló en contra del Señor, haciéndose permisivo y tolerante con los enemigos de Dios, con el pecado. La rebeldía de Uzías le trajo el juicio de Dios, a los 52 años, leproso y aislado hasta morir.

El ser humano es la paradoja en la vida con Cristo, cuando están en la cima, gozando de la bonanza, olvida las bendiciones recibidas, como también al que las provee. Pero, cuando los caminos se cierran, se siente ahogado por el ataque de los enemigos, acorralado por las malas decisiones tomadas, recuerda por un instante a Su ayudador. Una vez atraviesan esta etapa, retorna a sus inicio, toma el timón y continúan solo navegando por el mar de la incertidumbre, esperando vencer en sus fuerzas a sus atacantes.  "¡Ay de los sabios a sus propios ojos e inteligentes ante sí mismos!" (Is 5.21)

Es obvio que este rey tenía muchos adeptos que lo seguían incondicionalmente. Habían visto su período de gloria y les había dado muchas satisfacciones. Fue el rey amado por todos, pero en un breve tiempo lo perdió todo. Isaías no fue la excepción, como su ferviente seguidor cayó en luto doloroso por la pérdida del monarca. La excesiva admiración por el rey lo llevó a idolatrarlo,  causándole mucha tristeza la perdida. Pero el Señor tenía otro propósito con Isaías, y no era que se quedara dando vueltas en la oscuridad, idolatrando y llorando un trono terrenal, pasajero e insuficiente, en vez de honrar y glorificar y poner en alto el Gran Trono eterno y excelso del soberano Rey del universo. "..., vi al Señor sentado en un majestuoso trono, y el borde de su manto llenaba el templo" (Is 6.1)

El idealizar o poner en honra cualquier cosa efímera y sin trascendencia que esté sobre la faz de la tierra, dejará en amargura nuestro corazón. Todo tiene un ciclo de vida finita, todo llega y todo pasa con demasiada rapidez y correr tras ellos es como "correr tras el viento" (Ecl 6). Isaías lo sabía, él era un hombre de Dios, pero era humano y la muerte del rey impactó y acongojó su corazón, sin embargo, Dios lo trae de nuevo a la verdad, lo reubica nuevamente haciendo uso  de su condición como ser humano. La visión que tuvo Isaías fue trascendental tanto para su vida como para su misión como profeta de Dios. Este encuentro con el Creador del universo impacto su carácter, y lo encamino hacia el  propósito que Dios le tenía señalado. Sus ojos fueron abiertos para ver al verdadero Rey sentado en su trono. Al Soberano Dios, el eterno que permanece por siempre. "...vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublieme..." (Is 6.1)

¿Acaso nunca han oído? ¿Nunca han entendido? El Señor es el Dios eterno, el Creador de toda la tierra. Él nunca se debilita ni se cansa; nadie puede medir la profundidad de su entendimiento. (Is 40.28)

Isaías, a pesar de ser un hombre de Dios, se dejó impregnar de los destellos de la gloria de Uzáis. Y obnubilado por este resplandor, llegó a exaltar en demasía al monarca. Al igual, el ser humano se ha dejado permear por las luces artificiales del mundo, su radiante dominio lo ha cautivado, llevándolo a perder el rumbo establecido por Dios. Las profecías falsas que llegan a los oídos, lo persuaden, llevando a que minimice o anule el poderío y grandeza de Dios. Construye ídolos para depender y aferrarse a sus doctrinas erráticas y fatales para los hijos de Dios."Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aún negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina" (2P 2.1)

Pero  HOY, Dios viene a quitar tal mentira. Muchas veces Dios quita para que lo miremos a Él, como también, para poder ver Su gloria debemos despedirnos de lo viejo. Soltar para recibir lo nuevo. Al igual que al profeta Isaías, Hoy Dios desea que veamos Su trono poderoso y excelso, que abarca los confines de la tierra. Él quiere cubrirnos con Su manto, capaz de cubrir la inmensidad del universo y de limpiar y cobijar los corazones de sus hijos. Isaías pudo ver como también oír la alabanza al poderoso Rey de Reyes, Señor de Señores, al eterno y único Dios Creador de todo cuanto existe, sentado en su trono: "¡Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos Celestiales! ¡TODA la tierra está llena de su gloria!" (V3).

Así fue que despertó y vio, como el joyero ve las imperfecciones de una piedra a través de la luz,  su "desnudez" e imperfecciones a pesar de llevar una vida limpia, pero nada comparable a la perfección de Dios. Fue llamado al servicio de Dios no por su perfección, sino por su disposición y fe en Dios. Además, nunca le fue dicho que sería fácil, al contrario, se le dijo que el pueblo no lo oiría y que rechazarían su mensaje "Porque es un pueblo rebelde; son hijos mentirosos, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor..." (Is 30.9) "... Crie hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí" (Is 1.2) Sin embargo, debía hacerlo, y se dispuso a obedecer. Así fuera hablado o escrito, debía cumplir con su llamado, porque había un pequeño remanente, incluidos nosotros, que escucharía la voz de Dios a través de sus letras. Como el significado de su nombre "El Señor es la Salvación", su vida reflejó al Dios al cual le daba honra. 

El Espíritu de Dios le permite ver que este no era su único pecado, al descubierto vio que la obra en él aún estaba inconclusa, con la insuficiencia de recibir o exigir algo. Isaías se vio a sí mismo y a su pueblo asediados por el enemigo, el pecado. Como seres humanos imperfectos, necesitamos ser limpiados y purificados con la sangre del Cordero. Necesitamos ser regenerados, y revueltos al estado original para ser moldeados paso a paso a Su gran perfección. Isaías vio la perfección y majestuosidad de Dios, vio su grandeza y poderío, y como Pablo cuando fue llamado, "y cayendo en tierra,..." (Hch 9.4) o Abraham "Al oír que le hablaba, Abram cayó rostro en tierra..." (Gén 17.3) no pudo más que decir ¡Aquí estoy! DISPUESTO PARA TI.

"Todo se ha acabado para mí! Estoy condenado, porque soy pecador. Tengo labios, y vivo en medio de labios impuros, SIN EMBARGO, he visto al Rey, al Señor e los Ejércitos Celestiales" (Is 6.5)

"Porque muchos son llamados, y pocos escogidos" (Mt 22.14) Es el Señor Jesús quien llama, toca a la puerta, invita, y muchos llegan, pero no todos entran a formar parte de su ejército de salvación. Para tal labor debemos tener un encuentro personal con el Señor y entrar en Su Presencia para contemplar Su belleza y santidad, allí confesaremos nuestros pecados y lo aceptaremos como nuestro Señor y Salvador. Es por Su gracia que nos da libertad, nos perdona y podemos entrar en su descanso. HOY, a través del profeta Isaías, el Señor nos muestra, en primera instancia, el estado de donde nos sacó, y el paso a seguir para ser usados por Él. 

"Un carbón encendido" "Y tocando con él sobre mi boca" (V6-7). El fuego, el de Su Santo espíritu, viene a remover nuestro pecado, a quemar las impurezas y a prepararnos para ser justificados. Es el Fuego Santo de Dios que nos prepara para ser USADOS para Su servicio, pero para ello debe encontrar corazones dispuestos a responder a las necesidades de su iglesia  y obedientes a Su voz. Este fuego viene a través de Cristo. Es Dios quien nos presenta a Su Hijo, nos llama a servirle y seguirle con total fidelidad. Es Dios quien por amor a nosotros se encarna en un ser humano, semejante a Isaías o a algunos de nosotros, aun siendo pecadores, para darnos a conocer Su Verdad, para enseñarnos y conducirnos por el camino de santidad y de esta manera prepararnos para llevarla a otros. 

Jesús, es el camino, el único Salvador, que llegó para correr el velo de la indiferencia, incredulidad, mentira y orgullo. Es Él quien nos enseña el poderío de Dios, su amor y bondad. Aun sin que lo merezcamos nos llama a Su servicio, nos usa para ser mensajeros de Su Palabra. Su Voz se hace audible a través de nosotros, como lo hicieron los profetas, pero para esto antes debe limpiarnos y purificarnos y hacernos dignos para proclamar Su verdad. 

Que nada nos detenga o limite para responder ante la pregunta del Señor: "¿A quién enviaré,...?" "¡HEME AQUÍ!", y quién irá por nosotros "ENVÍAME A MÍ" (v8), ¡DISPUESTO PARA TI!, Señor. Puesto que Cristo ya nos preparó el camino para responder asertivamente cuando colgando en una cruz murió por nuestra redención. En retribución, Él espera que nuestra respuesta sea coherente con el propósito de su venida, si no su muerte se quedaría en intenciones o emocionalmente cruel y dramática. Debemos responder, al llamado y continuar como los escogidos, pero a un nivel superior, capaces de trascender de ir más allá, de lo normalmente común, ir como enviados exclusivos del Señor a contar sus verdades. "Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28.19)

*** Amado Redentor ¡Úsame!, como Pablo, Isaías, Jacob, Moisés y muchos otros usados por Ti en la Escritura. Hoy, caigo a tus pies. Tu poder es tan grande que todo mi ser se rinde ante Tu Presencia, Soberano Rey Celestial. ¡Úsame!, para llevar las buenas nuevas de Salvación, para que a través de mí te conozcan a Ti, al Señor de Señores, Grande en misericordia, y que no desestima a nadie que tenga un corazón rendido a Ti. ¡Úsame!, Majestuoso Señor, que en Su trono está, para proclamar las maravillas de tu gracia, amor y bondad. Aquí estoy DISPUEST@ PARA TI, para honrarte con mis labios y actos. Pero antes, que tu fuego extinga todo aquello que no permite que sea tu mensajer@ fiel y digno para proclamar tu verdad. Límpiame, apasióname, para que por intermedio de Tu Espíritu pueda cantar alabanzas de vida en Tu nombre. En el nombre de Jesús, amén.

"Por lo tanto, mis amados hermanos, permanezcan fuertes y constantes. Trabajen siempre para el Señor con entusiasmo, porque ustedes saben que nada de lo que hacen para el Señor es inútil" (1 Cor 15.18)

 A mi Rey Eterno, quien me ha  llamado y prepara cada día para proclamar Sus maravillas, sea la gloria y la honra por siempre. Amén

"Dispuesto para Ti, conoceré tu maravilloso corazón" (Gracia)

* Que el Espíritu de Dios prepare tu corazón para proclamar la verdad del Señor.


"Mi corazón está dispuesto,
Dios mío;
quiero cantar salmos en tu honor". (Sal 108.1)

Dios te bendiga.

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